En contadas ocasiones se tiene la posibilidad de asistir a un concierto como el del pasado sábado en el Auditorio Maestro Padilla. Un espectáculo concebido por y para el disfrute de los sentidos en todos sus aspectos. El cartel anunciaba un repertorio dentro del ciclo Beethoven con la obertura Coriolano, la Sinfonía Nº8, y que se completaba con dos obras de Mozart. Pero los que tuvimos la fortuna de sentarnos en aquellas butacas presenciamos muchísimo más. Nada más acceder al recinto, y como primera sorpresa, nos recibió en el Hall del auditorio nuestra cantera de jóvenes músicos de la OIAL con tres breves piezas enérgicas de imponente carácter rítmico, a modo de Marchas de Bienvenida, dirigidas con acierto y precisión por Eduardo Fernández-España. Con esta actuación, la agrupación infantil va sumando experiencias y sin duda, el carácter formativo y de sensibilización hacia el publico más joven.
Sentados ya en nuestras localidades, se nos anunció que el patio de butacas había sido rociado con una esencia de flores aromáticas con la finalidad de potenciar la experiencia sonora, visual y auditiva. Como en otras ocasiones, una proyección detrás de los músicos de la orquesta fue desgranando una a una, todas las piezas ejecutadas con un análisis previo así como todos los datos de estilo y contexto que nos permitieron tener un conocimiento del repertorio mucho más allá de la simple escucha. Verdaderamente un gesto para que otras orquestas o agrupaciones se animen a emprender, puesto que sin duda sensibiliza y sitúa al espectador en un estado de mayor receptividad.
Con los primeros acordes de la Obertura Coriolano sentí que me encontraba ante una orquesta de una madurez extraordinaria. Los gestos siempre precisos de Michael Thomas hacen que verdaderamente parezca que los músicos de la OCAL y él, estén sumidos en una absoluta simbiosis energética. Creo que dibujé una sonrisa en ese momento y tomé consciencia que iba a asistir a un verdadero espectáculo.
Si la presentación del concierto me situó en las coordenadas exactas para el disfrute, la obra que se escuchó a continuación ya me dejó completamente fascinado. La jovencísima y bella soprano almeriense Elena Gallardo, cinceló con una madurez y una maestría no habitual en su edad el Aria de Concierto Vorrei spiegarvi, oh Dio! que Mozart habría compuesto para la representación de la ópera de Pasquale Anfossi Il Curioso Indiscreto en junio de 1783. Un aria de concierto es por lo general una pieza vocal o una escena similar a las de ópera, escrita en estructura y estilo libres y concebida como una obra suelta para que el o la cantante despliegue su faceta expresiva y su calidad vocal. Creo, sin temor a equivocarme, que nuestra joven soprano dejo maravillado a todo el publico, por su calidad, dulzura, redondez sonora y enorme expresividad. Desde el registro mas grave, que nos mostró en alguna ocasión, hasta el agudísimo Re5 del parlate final, pudimos escuchar a una cantante absolutamente resuelta en todo su papel, de afinación milimétrica y con unas dotes y un talento que sin duda, van a dar de qué hablar en los próximos años.
A continuación, desde mi punto de visita, el plato fuerte de nuestra velada lo constituyó el concierto para piano y orquesta K.488 de Mozart ejecutado magistralmente por el granadino Rogelio Gil. Es probable que no sea muy objetivo comentando esta obra puesto que es mi concierto favorito de entre los 27 que llegó a componer Mozart en su corta pero intensa trayectoria compositiva. Pero lo que sí es cierto, es que está cargado de paisajes emocionales que nos transportan desde la dulzura y precisa articulación melódica del primer movimiento, al dramatismo intenso del segundo, para acabar con ese Rondó Allegro de impetuosidad efervescente. Y esa consolidación de estados anímicos diversos de inmensa riqueza musical y colorística fue hermosísimamente traducida por el pianista granadino y nuestra OCAL. El control del fraseo bellamente dibujado en las manos de Rogelio Gil, su actitud, los amplios matices y la riqueza tímbrica que emergían del Steinway ubicado en el centro del escenario, se fundían en sinergia con una orquesta dirigida vibrantemente por Thomas y nos transportaba segundo a segundo a aquel mes de marzo de 1786, año en que este concierto fue estrenado con el propio Mozart al piano y bajo la escucha atenta de unos pocos privilegiados que por suscripción accedían a sus conciertos.
Sin embargo, las sorpresas no acababan aquí, todavía la Octava Beethoveniana irrumpió en la sala con majestuosidad y la intensidad que solo el compositor de Bonn sabe transmitir en sus trazos. La “Pequeña Sinfonía” como la llamó el propio Beethoven, no tuvo el mismo éxito que la Séptima, escrita unas semanas antes. Pero cualquier melómano y estudioso de la obra que se precie, sabe sin lugar a dudas que detrás de cada uno de sus movimientos se encierra un maestro absoluto de la armonía, el contrapunto y la arquitectura formal. Los cuatro movimientos de la obra se entrelazan de manera absolutamente orgánica y es la única sinfonía del compositor que no incluye movimiento lento. La orquesta volvió a demostrar una madurez y una profesionalidad que subraya la enorme calidad de cada uno de sus músicos. Sientes los planos, los matices, la grandiosidad del sonido en los Tutti, la delicadeza de los instrumentos solistas de viento en sus diferentes intervenciones, la emoción del latido en cada golpe de timbal y en su totalidad, el orgánico como un ente vivo en constante evolución y transformación. Por fortuna, muchas horas de disfrute en nuestra ciudad nos depara esta orquesta.
Pero es que hasta la despedida fue cuidada con mimo. A cada uno de los asistentes, se nos obsequió con una pequeña maceta de romero que sería plantada al día siguiente por los pequeños grandes músicos de la OIAL en el Parque del Andarax y con unas cajas de tomates cherry lobello Caparrós que culminarían nuestro precioso viaje por los sentidos en una noche mágica para el recuerdo.